jueves, 3 de septiembre de 2015

Contra el nudismo forzoso (pero a favor de la transparencia)


Hoy el diario DEIA me publica un artículo titulado (un tanto provocativamente) "Contra el nudismo forzoso (pero a favor de la transparencia)"

http://www.deia.com/2015/09/03/opinion/tribuna-abierta/contra-el-nudismo-forzoso-pero-a-favor-de-la-transparencia


Como en la edición digital del diario no se puede acceder al artículo íntegro de forma gratuita, os copio aquí el texto:


CONTRA EL NUDISMO FORZOSO (PERO A FAVOR DE LA TRANSPARENCIA)

 
Tras la constitución de las Juntas Generales de Bizkaia los junteros tuvieron que salir a la pasarela mostrándonos su patrimonio personal. Así nos enteramos de que tal juntero tiene un Audi y tal otro un Opel; aquél un apartamento en Cantabria y éste un piso a medias con su consorte… y con Kutxabank.

La publicación de las declaraciones de bienes en la página web de las Juntas supone, según la institución nos dice con satisfacción, “solo un primer paso hacia la implantación de un futuro portal de la transparencia (…) contamos con un Reglamento aprobado por unanimidad de todos los grupos con el reto de propiciar unas Juntas Generales sentidas como propias por toda la ciudadanía. Una Juntas Generales más cercanas, abiertas, ágiles y transparentes”.

Esta publicación del patrimonio personal de los junteros puede parecer a primera vista una ejemplar muestra de transparencia, cercanía y buen gobierno. Pero hay algo en todo ello que no termina de gustarme. Esta publicidad es producto, creo yo, de un deficiente –por bien intencionado que sea- entendimiento de lo que es la transparencia. No sólo no creo que esta información fomente la verdadera transparencia, sino que me temo puede llegar a ser contraproducente a los efectos de acercar o abrir la política a la sociedad.

Entiendo por supuesto los motivos de la cosa. Tras unos años de numerosos escándalos de corrupción en España, a cual más indignante, se necesitan reacciones llamativas. Pero no todas las medidas que se pueden adoptar son necesariamente acertadas: muchas los son, otras en cambio parecen como subidas de tono o sobreactuadas. Ningún partido puede, sin embargo, apartarse de esta marea y todos deben apuntarse, a riesgo en caso contrario de resultar antipático, impopular o sospechoso de querer ocultar algo.

El antónimo político de la corrupción no es tanto la limpieza como la transparencia. Transparencia es claridad, publicidad, accesibilidad y sencillez de la información sobre lo público, sobre los planes, los proyectos, las adjudicaciones, los contratos, las reuniones, los lobbies, los pasillos, las cortesías y los regalos. Es la información abierta sobre el destino de cada céntimo de euro público, su impecable trazabilidad, y sobre el quehacer de los servidores públicos en su tiempo de trabajo y en el ejercicio de sus funciones (no en su tiempo libre ni en su vida privada). Por eso se nos debía información sobre la entrevista del Ministro de Interior con Rodrigo Rato, pero no sobre su plan de vacaciones familiares.

Lamentablemente esto de la transparencia es poco efectista, más bien discreto y parece que necesitamos algo más aparatoso, más vestido en tonos chillones. Frente a los límites aburridos y trabajosos de la transparencia, resuelta más vistoso reclamar el desnudo integral del político como persona, que muestre su patrimonio familiar y que demuestre así su inocencia manchada ya de antemano por nuestra farisaica y generalizada sospecha.

Algún día sería bueno hablar del valor de la confianza como virtud pública. Lo apunto para otro día.

La transparencia no asegura por completo que no se producirá ningún caso de corrupción. Pero esto, con ser una limitación, no es malo, es como tiene que ser. La política es un sistema humano y como tal es imperfecto. La democracia de verdad tiende a ser sosa, modesta y discreta, como muy vestida de diario, en ropa de labor, con algunos lamparones de vez en cuando, poco a dada, salvo en desgraciados tiempos de emergencia que no envidiamos, a las estrellas y los héroes.

Ni más ni menos que en el funcionariado, el profesorado o el conjunto de los panaderos, de los dentistas o de los perceptores de ayudas sociales, siempre puede haber en un sistema de transparencia un político que incumpla las normas y se aproveche de la buena fe o del buen hacer del conjunto de sus colegas. La transparencia en lo público no nos garantiza que no se dará ningún caso de corrupción, pero lo desincentiva de manera muy efectiva: simplemente hace ese comportamiento más difícil y más arriesgado, consecuentemente lo hace más infrecuente, más excepcional, y, si se da el caso, permite su persecución más fácil y rápida, sin necesidad de partir de la desconfianza sistemática.

Este sistema puede parecer insuficiente, de hecho resulta imperfecto, como lo es todo lo humano, como lo es la democracia cuando queda exenta de populismos, de demagogias y declaraciones altisonantes.

Por parecer insatisfactorio, demandamos medidas de apariencia de transparencia más llamativas, como exigir a los políticos un desnudo integral y de paso, si es posible, también el de su familia.

Nos dicen que es una medida ejemplar demandada por la ciudadanía, pero yo creo que no es de nuestra incumbencia la marca ni el valor del coche del juntero o del parlamentario o del consejero. No nos debe importar si su tío en América le dejó fortuna o si tiene acciones del Banco de Sabadell. Nos deben interesar sus ideas, sus planes, sus capacidades, su trayectoria, su experiencia, sus iniciativas parlamentarias, su posición en cada debate, sus decisiones en el marco sus tareas públicas, no si el apartamento en el que ha pasado este agosto con su familia es propio, alquilado o de los suegros.

Al político le son exigibles cuentas de hasta el último céntimo de dinero público que le pase por delante, todo gasto, dieta o traslado. Se nos debe información del dinero que ingresan en concepto de nómina u otros, cosa que ya es pública desde hace tiempo. Pero una vez ingresado ese dinero en su cuenta, qué hace cada uno con ello, mientras sea legal, es de exclusivo interés suyo y de su familia. Exactamente como en tu caso, amigo lector, y en el mío.

Una curiosa deriva de este ejercicio de nudismo obligatorio es que de pronto puede parecer que la escasez de patrimonio personal resulta ser de algún mérito político. Lo hemos visto en Extremadura, donde los parlamentarios de un grupo político nos publicitan su ausencia de patrimonio como si fuera garante de nobleza, de limpieza o de fiabilidad. Discrepo. No creo que por principio esté más capacitado para hacer política limpia ni que resulte más íntegro quien tenga un coche barato que quien tenga uno caro, el que cobró menos por su trabajo que el que cobró más, el que estuvo en el paro que el que trabajó, el que no ahorró (porque no pudo o porque no supo o porque no quiso) que el que ahorró o invirtió su dinero. Parece como si ahora compitiéramos presumiendo a quién le queda más préstamo aún por pagar, quién tiene el coche más modesto o quién tiene menos propiedades. Pero no resulta necesariamente más honesto, ni más moral, ni mejor político, ni siquiera más cercano o más sensible, quien tiene menos.

Por eso digo que este ejercicio de supuesta transparencia puede resultar contraproducente. No sólo porque nos desorienta de lo que en realidad es la transparencia, sino que puede enviar señales erróneas. Puede alejar de la política a quienes no quieren desnudar su vida y su patrimonio familiar a los ojos de sus vecinos. Y no querer enseñarlo todo, no significa tener algo que ocultar, salvo tal vez a los ojos de los torquemadas totalitarios y de los robespierres de barra de bar. No querer desnudarse no significa ser sospechoso, no debería inhabilitar para la política. Significa sin más no querer mostrar al público tus asuntos privados: algo a lo que todos, incluidos los políticos, tenemos derecho. Uno no debería perder ese derecho por entrar en política, de la misma forma que no lo pierde al entrar en la judicatura o al ganar una plaza de catedrático de instituto.

No deberíamos obligar a nuestros políticos a hacer nudismo. Quien quiera que lo haga y lo disfrute, por supuesto, pero en política también debería haber lugar para quienes este agosto han preferido el bañador, el pareo o incluso la camiseta puesta, por aquello de proteger la piel.

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