domingo, 3 de abril de 2016

Kertész o de cómo sobrevivir a la muerte

Hoy los periódicos del Grupo Noticias (DEIA y Noticias de Gipuzkoa) publican un artículo que he escrito a raíz de la muerte esta semana del escritor Imre Kertész y en que hago un repaso personal a la literatura de la memoria del holocausto. Este repaso es parcial, de urgencia, de memoria, aún así espero que os guste.


http://www.deia.com/2016/04/03/mundo/kertesz-o-de-como-sobrevivir-a-la-muerte

 
Kertész o de cómo sobrevivir a la muerte
 
Esta semana ha muerto el escritor húngaro Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura en el 2002 “por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia”.

Su historia es la de un joven judío que es llevado a los campos de concentración y exterminio. La historia de un superviviente que tras la liberación se queda voluntariamente en Hungría y vive allí durante 40 años la falta de libertad y de esperanza del comunismo. La historia de un escritor de minorías que busca en la ficción la verdad profunda y el significado de lo inenarrable.

La muerte de un escritor, puede ser una oportunidad de darle una nueva vida, si su obra es así leída. Sus novelas y ensayos están publicados en español y tienes en euskera también una de sus obras más importantes (Zoririk ez).

Su obra se suma a la de tantos supervivientes que nos hablaron del Holocausto desde la literatura o el recuerdo. Me gustaría citar algunos, dar unas rápidas pistas de lectura por si a alguno de vosotros interesa.

Escribo estas notas en un largo viaje de autobús, sin posibilidad de levantarme del asiento para  revisar mi biblioteca, sin posibilidad de ojear mis libros, curiosear aquí y allí, y anotar párrafos o citas, autores o títulos. Casi mejor, así lo haré de memoria. Porque la memoria es parte de lo que estos libros nos enseñan. Serán por tanto unas notas personales, rápidas y llenas de lagunas, sobre la literatura del recuerdo.

Stéphane Hessel recordaba cómo la memoria de la literatura le salvó del olvido y la locura en los campos de concentración, cómo se recitaba poesía o teatro y cómo se compartía este legado, en medio del horror, con otros internos.

Y la memoria me lleva primero a los que eludieron el holocausto y dedicaron su vida a denunciarlo y a entenderlo, como Raul Hilberg, o de alguna forma la propia Hannah Arendt. Y la memoria me lleva a aquellos que no salieron del agujero negro, que perecieron en él. Como Ana Frank, con su inmortal Diario, y más desconocido pero no menos mágico, Petr Ginz y su purísimos Diarios.

Los hay que salieron con un mensaje, con una enseñanza, como Viktor Frankl y su durísimo pero esperanzado Un hombre en busca de destino. O los que hicieron de su vida su mejor mensaje, su homenaje a la vida y a la justicia, como Stéphane Hessel o aquel maravilloso niño afortunado que aún es Thomas Buerghental.

Y obviamente Primo Levi y su trilogía de Auschwitz, aunque yo, en secreto, ahora que nadie nos oye os diría que sobre Si esto es un hombre me quedo con el sistema periódico. Y Elie Wiesel y… tantos otros. Más cerca tenemos el Jorge Semprún de Viviré con su nombré, morirá con el mío o, mejor aún, de La escritura y la vida.

No me interesan las polémicas cruzadas, no me interesa aquí si es o no posible escribir después de Auschwitz. No me interesa aquí si las ficciones el niño del pijama, del niño del concurso del tanque o incluso la lista de Spielberg ayudan o no (aunque a mi juicio sí: yo estoy en favor de toda creación que busca en libertad sentido o recuerdo). No me interesa si las visitas a los lugares del horror son más o menos fieles al absoluto. No me interesa si se puede o no bailar alegremente en Auschwitz. Me interesa recordar a quienes lo vivieron y lo escribieron, recordar algunos de esos testimonios directos que tenemos para conocer y atisbar significados de unos de los momentos más cruciales de nuestra historia.

Esta semana se nos ha muerto uno de los últimos testigos directos. Nos queda su memoria. Nos queda por tanto él mismo, único, imperecedero, que, como soñaba Unamuno, revivirá cada vez que lo leamos. Y revivirá cada vez superviviente y vencedor del holocaust.

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